Cien errores he tenido
pero el que más me ha dolido
cambiaba copas por oros,
gastó su sonrisa para todos,
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y, siempre sin compromiso,
hizo de mí lo que quiso
jugando a ser carta errante,
el “joker” de corazones,
aún le debo mil canciones
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y no me pagó ninguna.
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No descarto que en mi entierro,
sentimental o sincero,
se presente ataviada de novia
y a la tropa que me agobia,
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con melindre y llantos vanos,
la mande a dormir temprano
para lamentar su despecho
lejos del que será mi lecho
y que yo halle allí mi calma;
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ella cuidará de ello.
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Obsta que en cualquier momento,
cuando yo ya esté indefenso,
le reclame su yo salvaje
que prepare su equipaje
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y se marche presto y lejos
a un lugar donde el espejo
no le muestre ya mis rasgos
salvo por reflejos vagos.
Allí estará otro yo pasado
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con su corazón abierto.
Tan abierto como el mío,
que la amaré, amo y he amado,
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pero siempre a su servicio.