Las noches pasan silentes
como las balas lejanas
sin que haya una tragedia
fuera de lo cotidiano.
Atrincherados en los bordes
fantasma de otras tierras
excavan tumbas ajenas,
que no son ajenas
en tiempos de paz.
Extienden sábanas frías
incapaces de templar la carcasa
del caído en la frontera,
desecho de lo que acontece.
Empero, suman brazos
y manos y cuerpos y fuerzas,
si se acumulan los muertos
no es por falta de denuedo;
aquí hasta el más ruin
no ahorra arrimar su hombro.
A la paz, enteléquica,
sólo la acechan, irracionales,
los vivos que aún se destajan.
Yertos, no hallan descanso:
la tierra revuelta carece de relevancia.
La rutina se mantiene tibia
y, quienes la sugieren, saben
que conlleva más esfuerzo
cubrir los turnos de guardia
que afrontar batallas.
En las fronteras fantasma,
cientos de uniformados
cavan al día tumbas nuevas:
Tumbas para soldados ajenos.
Tumbas que no son ajenas.