Etiquetas
creación, enfrentamiento, envidia, envidias, genio, ingenio, odio, poesía, poeta, rivalidad
Dicen que el primer paso es reconocer:
reconozco que odio tu poesía,
que tus ideas me precedan,
que se adelanten a las mías.
Por eso te supero.
No es la distancia, nimia, ¡son los tiempos!:
odio que medres cuando me he estancado,
que obtengas mejores rimas,
que tus ritmos fluyan libres, como inertes,
Lo odio porque significa un doble fracaso:
hago poesía como un canto a mi reflejo,
para ellos siempre; siempre para mí,
para que hagan de espejo de mi ego.
Y, en esos momentos, te robo.
Te robo vilmente y sin cargo de conciencia.
Porque no son tuyos esos versos sino míos,
sólo Cronos decidió de forma artera
que llegaran hasta ti adelantados.
Robo tus ideas, cuando son buenas
me las apropio y las ultrajo.
Disfruto pensando en cómo se descarnan tus versos.
Cómo se deshebran de ti hasta ser vacíos.
Y les doy nueva forma con mi enfoque.
Más precisos, elegantes,
con más gracia (en mi verdad);
la belleza no es sujeta a democracia.
Y sí, obviamente, me recreo en tus fracasos,
tan frecuentes como los míos pero menos dañinos
porque no afectan ni a mí ni al arte
y somos uno solo en este juicio.
En ocasiones, alguna de tus rimas me recuerda
a otras que exhibí anteriormente;
¡con razón, y es porque aprecias mi talento!
Tan carente andas que le copias al maestro.
Y otras veces, te espío y veo que has repetido un verso
que quizá habías olvidado
y que tengo bien presente. Igual que yo, pero peor.
Siempre peor.
Porque sólo tienes genio cuando copias mi futuro.
Y nada más.
Si no eres lo mío, no eres bueno