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Archivos de etiqueta: Biología

Breve dicotomía entre economía y naturaleza

31 jueves Ago 2017

Posted by Khajine in Semi-ensayo (ensayos inconclusos)

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Biología, cerebro, economía, naturaleza, opa hostil, selección Natural


En la Naturaleza, los animales compiten; tratan de arrebatarse los recursos, que crecen aritméticamente, imponiendo su demografía geométrica al más débil. Hablar desde estos términos es imponer un esquema que puede facilitar un acercamiento por analogía en un primer momento porque, de alguna manera que me frustra no comprender, tenemos más vívida la economía en nuestras vidas que la naturaleza. Sin embargo, a medio y largo plazo, coarta nuestra capacidad para conocer la Biología. Cada palabra tiene su trasfondo y, ahogados en el sistema capitalista que hemos aceptado como el natural, es fácil asirnos a que la economía tiene su eco fuera de lo humano. Cuando dos animales luchan para poder aparearse con un tercero, son dos capitales compitiendo, lanzándose OPAS, tratando de asfixiar al otro para poder ampliar su negocio. Si lo consiguen, habrán extendido su poder y podrán realizar una inversión reproductiva porque, al fin y al cabo, los genes, como moléculas inteligentes que son, piensan siempre en sí mismos y en los posibles beneficios que el mercado les puede reportar. Porque…esto tiene sentido, ¿no? Mucho más que si pensamos que la pelea es producto de sus instintos y los instintos son un subproducto del desarrollo cerebral.

El problema de hablar de instintos sin fundamentarlos en procesos económicos es que se muestran inasibles. Por alguna razón, el comportamiento de los demás animales de acuerdo con sus propios esquemas mentales nos es inaccesible. Quizá, por encontrarle una explicación de perogrullo, se me ocurre que es porque son diferentes y, a su vez, es diferente su forma de pensar.

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Cuando desmontar el paradigma es insuficiente

07 martes Jun 2016

Posted by Khajine in Semi-ensayo (ensayos inconclusos)

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Biología, Ciencia, científico, darwinismo, falsabilidad, falsacionismo, filosofía, inercia, narrativa, paradigma, selección Natural


Si quisiéramos proponer una definición de ciencia como disciplina basada en la observación y el razonamiento, la descripción más precisa que me viene a la mente es que la Ciencia es el método cuyo fin es resolver problemas. El método es una premisa inapelable, si no hay método, no hay ciencia en este sentido. Podemos explicar un hecho ya sucedido y, con él, cuestionarnos por qué aconteció y contrastarlo. Pero la explicación de lo sucedido no es ciencia. Podemos realizar una prospección en un terreno desconocido para alimentar nuestra intuición y, posteriormente, realizar una presunción que corroborar. Pero esa prospección no es ciencia. Podemos mezclar reactivos en un laboratorio y sorprendernos de las consecuencias, pero tampoco es ciencia. En todos estos ejemplos, para poder alcanzar un estatus de ciencia necesitamos una pregunta que pueda ser respondida cuando tratemos de repetir lo explicado. Lo acontecido nos da una idea de qué es lo interesante y, junto con la prospección, nos ha dado una pregunta que contestar y las variables que debemos valorar. La pregunta debemos responderla a través de la experimentación, en el sentido más amplio que queramos aportarle a esta palabra. Pero en todo esto, la clave reside en que la pregunta pueda ser falsable, es decir, que aceptemos que la hipótesis puede ser rechazada de acuerdo con nuestras observaciones. Cualquier otro tipo de ciencia nos remitiría a la concepción griega de ciencia ametódica, de acumulación de conocimientos transmisibles pero no cuestionables desde un punto de vista empírico.

Este tipo de ciencia a la que nos referimos es la representante más clara del empirismo actual, es la forma más aceptada de conocimiento y la única que tiene el respaldo prácticamente absoluto de la comunidad científica y de gran parte del resto de la sociedad. No obstante, como sistema humano, tiene una serie de limitaciones. De la propia definición podemos derivar el primer problema, que la ciencia no pretende establecer nuevo conocimiento sino dar una solución a una pregunta, la hipótesis. No puede generar un conocimiento nuevo, sino que construye sobre los conceptos que previamente poseemos para dar una respuesta. Difícilmente obtendremos una revolución en nuestra comprensión a través de negar enunciados aislados y la acumulación de pequeñas hipótesis probables sólo nos sirve de premisas débiles de las que obtener conclusiones que sirven de premisas, a su vez, de otras conclusiones cada vez más endebles. Pero no es éste el problema más grave de la Ciencia, pues con sólo aceptar esta limitación dejaría de serlo, aunque a cambio perdiera cierto valor epistémico. Sigue leyendo →

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La consciencia

28 viernes Feb 2014

Posted by Khajine in Cuentos cortos

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ADN, ántrax, bacilo carbunco, Biología, conciencia, consciencia, métodos moleculares, poxvirus, viruela, virus, zombies


No es exactamente perder la conciencia, aunque quizá no sea capaz de transmitirte exactamente la diferencia. Más bien es como lo contrario, ser absolutamente consciente de todo lo que te rodea, de forma, incluso, exagerada pero ser incapaz de controlar nada. Es como un viaje, un dejarse llevar. No me arrepiento, creo que tomé la decisión correcta. Pero, a veces, da miedo.

 

−<<Cuando me llegó el ejemplar estaba en mi laboratorio procesando muestras. Trabajaba con un virus que codificaba para la integración de su genoma en el nuestro. Al escindirse, arrastraba consigo ADN humano. Esto es relativamente frecuente, algunos virus poseen esta capacidad, pero el objetivo de mi laboratorio era transportar regiones enteras del genoma usando al patógeno como vector. Nuestra investigación estaba muy avanzada y aquello me dio la pista sobre la que trabajar. No necesité devanarme la cabeza.

El ejemplar que llegó al laboratorio era una cepa muy virulenta de un poxvirus, semejante al virus de la viruela, que infectaba a bonobos. El virus era semejante a la cepa humana en su estructura, pero tenía la particularidad de modificar el comportamiento con el fin de propagarse más rápidamente. El funcionamiento dependía del talante innato del propio primate: algunos se volvían pasivos y solicitaban la compañía y la atención de sus congéneres mientras que otros respondían agresivamente y contagiaban mediante mordiscos y violaciones la enfermedad a sus compañeros. Nos interesaban ambos comportamientos.

Creo que no lo he dicho, entonces trabajaba en un laboratorio militar. Con acceso a todo.

Obtuve un vial con el virus y, pedí en exclusiva el uso del laboratorio de bioseguridad nivel cuatro. Aunque la petición fue mirada con extrañeza, las muestras con que trabajaba normalmente sólo requerían un nivel tres, finalmente fue aceptada. El protocolo que llevé a cabo fue bastante básico y sólo me llevó tres días estandarizarlo para conseguir un resultado exitoso. Lo que conseguí fue un virus capaz de infectar bonobos, modificando su conducta, y, al tiempo, capaz de transportar incluso cromosomas completos. Comprobé en cultivos celulares que tras quince generaciones el virus seguía inserto en el genoma en más del 90% de las placas, lo que me pareció un resultado positivo.

Dejé aparcado el proyecto. Una vez que conseguí aislar el virus lo guardé a menos ochenta grados. El organismo podría resultar útil en un futuro no demasiado lejano: tenía utilidad en terapia génica, para la fabricación de genotecas (colecciones estables de genes), para tratamiento de problemas de personalidad y, razón por la que me permitieron trabajar ello, para uso militar. No lo olvidé, aunque lo pudo parecer, ya que el vial estuvo encerrado en el arcón congelador por seis meses. Pero me vi obligado a buscarlo de nuevo.

El centro militar fue asaltado por una organización terrorista que se llevó cuanto fue capaz de transportar, y eso, en un centro de investigaciones biológicas, es decir mucho. Se envió una nota a la prensa en la que se acusaba a un grupo de ecologistas y se pasaron unas imágenes en televisión en las que se liberaban animales cautivos. Pero la realidad era mucho más peligrosa. El robo incluía viales de la viruela (teóricamente desaparecida por la acción humana), una variante muy virulenta de bacilo carbunco e, incluso, todas las muestras salvo una de las que yo había procesado.

El ántrax no era peligroso, pues teníamos antídotos suficientes como para poder contravenir su efecto. La viruela, aunque impredecible, no suponía ningún peligro grave para nuestro país ya que teníamos las vacunas suficientes para contenerla. Pero mi virus tenía un potencial que difícilmente podía ser calculado. Si no se procesaba, probablemente no podría esparcirse entre humanos pero, si se conjugaba con el virus de la viruela humana con el que compartía una gran similitud, podría saltar la barrera entre especies.

Oculté la última muestra a la policía, aunque dejé patente mi intención en la bitácora del laboratorio. Y si estás aquí te imaginarás qué fue lo que hice. Supuse qué harían los terroristas y desarrollé el virus que todos conocemos ahora. Tenía los medios y un conocimiento mucho más avanzado sobre el virus que quienes lo robaron por lo que no me llevó más que unos pocos días de trabajo. Antes de que se expandiera el virus hice mis cábalas. Realicé una comprobación en la variante de bonobos y obtuve el resultado que deseaba. El simio tenía, tras la infección y desarrollo de la enfermedad, un registro normal de sus ondas beta cerebrales: mantenía su conciencia. Creo que comprendes lo que eso significó para mí: era la puerta abierta.

Me adherí a una concepción genetista de la vida: mi objetivo era transmitir mis genes a la siguiente generación de la forma más eficiente. El organismo que era infectado una vez no volvía a serlo posteriormente y resultaba mucho más adecuado ser un foco inicial que un contagiado tardío. Infecté un cultivo de mis células y lo instalé en un aerosol. Además, tomé la única muestra del virus híbrido que había creado. Esperé a que se conociera la primera noticia de un foco de infección; fue controlado en un centro comercial. Ya habían conseguido su objetivo y no podía perder el tiempo. Escaparme del laboratorio con la cepa fue complicado, pero no entraré en detalles. Sólo diré que conseguí llegar al aeropuerto y dejar el aerosol con mi sangre infectada oculto en un conducto de ventilación. Después, me inyecté el virus virgen en el hombro, en un músculo, para que tardara lo más posible en hacer su efecto, y crucé el océano.

La variante que me había inoculado necesitó un día entero para estar activa por completo, aunque no tardé en percibir sus efectos. Me comencé a sentir agresivo en el avión y llegué a arañar a un pasajero por robarme mi turno para el aseo. Cuando aterrizamos tuve un arrebato irreprimible y mi olfato me guió a una zona de la ciudad que hedía a sexo. Mis sentidos se iban agudizando y me costaba reprimir mis impulsos. Follé con aquella puta durante una hora, convirtiendo el servicio en una violación. Los efectos del virus fueron más rápidos en ella y pronto se sometió al sexo violento sin oponer resistencia. Cuando me di por satisfecho, salí otra vez a la calle y ahí comencé a perder el control de mis movimientos. Me giré y la prostituta ya embaucaba al siguiente cliente, buscando satisfacer su instinto de sumisión. Mis piernas me llevaron en dirección contraria y comencé a vagar por la calle. Era de noche y podía confundírseme fácilmente con un borracho pendenciero. Y eso fue lo que hice: pasé hasta la madrugada caminando entre la fauna nocturna: mordiendo, golpeando, arañando y desgarrando todo lo que encontraba delante de mí.

Pronto tuve una turba alrededor; una manada violenta que no temía enfrentarse con nada. Salvo con la luz del Sol. Noté cómo los primeros rayos abrasaban mis retinas y mi cuerpo reaccionó frente al dolor buscando un refugio oscuro. Permanecí allí, quieto, reconociendo todo cuanto sucedía sin poder realizar un gesto voluntario, encerrado y consciente en mi propio cuerpo. Toda aquella manada enfurecida y estática era igualmente consciente e impotente. Y todos llevaban en sí una importante carga genética mía.

Cuando mi ritmo circadiano determinó que la puesta de Sol era inminente, salí del refugio. Fue un error de cálculo, ya que había cambiado de meridiano en mi vuelo transoceánico y permanecí en la puerta, impávido, mientras pasaba una última hora. La masa que me había acompañado la noche anterior salió al unísono, repleta de una violencia sensible. El número era mucho mayor de lo que me había percatado, quizá cercano a cinco centenares, y en un movimiento más propio de un fluido que de una horda humana, nos dispersamos por la ciudad. La violencia no se recluyó a la zona roja de la ciudad. Supongo que eso inició la alarma para la policía.

Los faros de los coches funcionaban como una llamada para nuestros cuerpos, que se abalanzaban como masas desesperadas sobre ellos para frenarlos. Era consciente de que no convenía estar en el frente del ataque, pues los primeros que eran impactados salían despedazados incompasivamente y eran sus miembros desarticulados los que retenían finalmente el vehículo, pero sólo la virtud de encontrarme impedido por la turba impedía que fuera a la vanguardia. La sangre de mis compañeros me salpicaba el rostro, me impregnaba con su olor y me hacía removerme dentro de mi carcasa. No podía evitar la náusea, pero era incapaz de hacer reaccionar al estómago para vomitar. Mi impulso violento no impedía que percibiera el sufrimiento de la gente cuando nos arrojábamos sobre ellos. Pronto creamos más matanza que nuevos infectados, liberados los impulsos de todos nuestros cuerpos. Otra vez al amanecer tuvimos que buscar un refugio, aunque sería la última noche en que eso fuera necesario.

Al siguiente anochecer, la policía había acordonado las calles. Intuían dónde nos encontrábamos, pero no habían podido precisarlo al ser incapaces de acercarse a nosotros. Sus retenes impedían que avanzáramos en otra dirección que la que ellos disponían. Yo traté de luchar contra mi cuerpo, llevándolo contra uno de aquellos provisionales muros de hormigón para encontrar una ruta alternativa a la emboscada. Durante un instante creí que funcionaba, pues mi cuerpo se apretó contra la fría superficie y la arañó hasta que mis uñas se quebraron dolorosamente. Después, otros cuerpos trataron de trepar sobre el mío. Sus dedos se clavaban en mis hombros y sus pies encontraban apoyo sobre cualquier parte de mí. Caí de rodillas, apabullado bajo la avalancha, con la boca apretada contra el asfalto, llena de mi propia sangre. Aplastado por la miríada, mi torso no podía hincharse con normalidad y la ausencia de aire me obligaba a boquear rápidamente. Comencé a sudar, incapaz de hacer nada más que esperar que todo pasara rápido. La presión hizo que mi brazo derecho se quebrara. Y pocos minutos después, la turba desistió de su intentona y siguió la ruta marcada.

Habría deseado quedarme allí y descansar hasta que llegara mi momento, pero mis piernas me irguieron y comencé a caminar detrás de mis compañeros. Mi brazo bamboleante me hacía sufrir más a cada momento, pero mi cuerpo no valoraba la opción de sujetarlo para reducir mi dolor. Avanzaba y avanzaba, hundiéndome de nuevo en el grupo, tratando de buscar una nueva víctima en la que descargar mi furor.

Una luz intermitente azul me alertó. A la vuelta de la esquina siguiente se encontraba la línea armada de la policía, esperándonos a cubierto. Otro intento infructuoso de detener mi cuerpo. Mi pierna derecha siguió a la izquierda sin frenar lo más mínimo ante las órdenes de mi mente. Como un grupo de militares mal comandados íbamos directos al matadero y era incapaz de evitarlo.

La primera ráfaga fue de gas lacrimógeno. No consiguió detenernos, pero mi primer impulso, llevarme las manos a los ojos, me hizo ser más consciente del dolor de mi brazo. Durante un segundo no reaccioné, pero había sido capaz de desplazar ligeramente la musculatura de mi hombro, lo que suponía que podía recuperar parte del control. Zarandeado y arrastrado por la  horda, aquello tampoco tenía demasiada importancia, aunque conseguí asir mi brazo con el otro. La segunda ráfaga fue de bolas de goma. El impacto de uno de esos proyectiles hizo que se me saltaran dos dientes. Grité de dolor y hubiera caído al suelo si hubiera tenido espacio suficiente. La sangre manaba a borbotones de mis mellas y, mientras tanto, brazos y costillas eran reventados por doquier mientras nos acercábamos a la barricada de coches patrulla. La tercera ráfaga, tras un corto aviso por megafonía, fue con intención asesina. Las balas silbaban y la sangre me hizo resbalar. Empujado, caí al suelo y el resto pasaron por encima de mí sin otro fin que el de acercarse a la policía y convertirla en su víctima. Cerré los ojos, un instante, y disfruté de mi inconsciencia.

Ahora me he despertado aquí. Supongo que estas ligas son por tu seguridad. Sin embargo, te puedo asegurar que ya no tengo ningún impulso violento que te obligue a retenerme así. Parece que el sistema inmune humano es capaz de combatir los efectos del virus a las setenta y dos horas de la infección.

Esta es toda la historia, desde el principio, toda la que soy capaz de recordar sin mis notas. Sí, soy culpable de la pandemia y era consciente de lo que hacía cuando decidí propagarla>>.

−¿Se reconoce en esta grabación? −pregunta la fiscal.

Es su última oportunidad. La prueba ha sido obtenida sin ninguna orden judicial y no pueden demostrar que no haya habido coacción. Pero se me juzga por el delito de atentado contra la nación y la ilegalidad podría no ser suficiente para invalidar la prueba. Aunque yo estoy tranquilo, porque sé que las pruebas están de mi parte. Y, de todas formas, la libertad o el cautiverio me dan exactamente igual.

−Esa es mi voz –afirmo sin dudar un instante.

−No hay más preguntas, señoría –dice la letrada y se retira.

No quiere cometer errores; este juicio puede encumbrarla, pero perderlo por un fallo suyo supondría olvidarse de cualquier tipo de trabajo de valor en un futuro. Mi abogado tiene la manga llena de trucos para anular el juicio, aunque cree que no hará falta. Las pruebas realizadas a los cadáveres muestran que no existe rastro de mi ADN, lo que resulta una prueba contundente para el jurado.

−¿Fuiste coaccionado para realizar la grabación? –pregunta mi abogado.

−Me obligaron a leer el texto mientras estaba postrado en la cama del hospital.

−¡Protesto, señoría! –grita la fiscal.

−Denegada –responde el juez.

No hay más preguntas en el juicio y, finalmente, soy puesto en libertad. Cuando llego al hotel, lo primero que hago es encender el televisor. Me tumbo en la cama, cierro los ojos y abro los oídos.  Existen focos de violencia en Swazilandia, en Croacia, en Bangladesh, en Argentina… Nuevos casos a diario. Con un origen impredecible; un día aquí, otro día allá. Sonrío, pueden ser como mis hijos.

Aseguré mi virus con una trampa molecular. Si el individuo portador moría, el virus condensaría sus genes de forma que fueran indetectables por los métodos moleculares. De esta forma, no podría identificarse en un laboratorio con facilidad y no podría ser combatido con vacunas tradicionales. Al parecer, este mecanismo había ocultado también los genes que había transportado el virus consigo, aunque no había considerado esa posibilidad.

Sonrío, ahora mismo mis genes se expanden sin que haya una barrera que los detenga. La violencia es un gran reclamo y atrae toda la atención, todos los gobiernos están actuando con contundencia ante el menor asomo de conflictividad. Y esa era mi intención. Es en la transmisión de los sumisos en la que deposité desde un principio toda mi confianza.

Con mis genes asegurados, puedo cerrar los ojos y dormir; y disfrutar tranquilamente de mi inconsciencia.

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Deja vu

15 miércoles Ene 2014

Posted by Khajine in Cuentos cortos

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Biología, conferencia, deja vu, doctor, predicción, universo


–Tradicionalmente, se dice que sólo somos capaces de utilizar un diez por ciento de nuestro cerebro –la conferencia de clausura del doctor Loman era lo más esperado del congreso-. No es el caso, si nos atenemos a los datos que poseemos, pero la idea encierra ciertos visos de verdad. Sólo se registra actividad en un diez por ciento de nuestra corteza prefrontal cuando realizamos un pensamiento consciente. Como tenemos compañeros de muchas disciplinas, no sólo neurólogos, haré una sucinta introducción a la fisiología del encéfalo –Loman camina a lo largo de la plataforma hasta alcanzar su botella de agua. Le da un trago corto y aprieta un botón del control a distancia del proyector. Aparece la primera diapositiva. El fondo blanco, básico del programa, y una imagen buscada en internet: un dibujo infantil del sistema nervioso central visto desde arriba-.

>>Ignoremos la médula espinal, demasiado simple para los verdaderos neurólogos –en la cuarta fila, el profesor González tuerce el gesto, aludido-. Allí sólo tienen lugar acciones y reacciones involuntarias, transmisión de información, actos reflejos y movimientos vegetativos. Lo que siempre ha despertado la curiosidad del hombre ha sido el funcionamiento del encéfalo: qué, cómo y dónde se llevan a cabo las acciones del pensamiento. Para simplificar, dividimos el encéfalo en telencéfalo, diencéfalo, mesencéfalo, rombencéfalo. Aunque todos determinan en parte nuestro comportamiento o nos mantienen activos como relojes de nuestra respiración o del pulso cardiaco, el pensamiento consciente se lleva a cabo en el primero de ellos, el telencéfalo –el doctor aprieta su control a distancia y el proyector se apaga. Un repentino flash eléctrico recorre el auditorio-. Disculpen, siempre he dicho que la informática es la obra perfecta del demonio para desprestigiar la mente humana –todo el auditorio se ríe.

 

–Permítame, doctor –dice Irma, una investigadora posdoctoral de su laboratorio, levantándose desde la primera fila. Se dirige a él entre susurros y, finalmente, alzando un poquito la voz concluye– tiene que apretar aquí para pasar de diapositiva.

 

–Gracias, Irma –se gira de nuevo hacia la audiencia, con la diapositiva del sistema nervioso en la pantalla-. El demonio también se lució con Irma. Aunque me haya dejado como un viejo chocho y torpe, no puedo dejar de valorarla –el público vuelve a reír, aunque se oyen algunos murmullos-. Como iba diciendo, es el telencéfalo la clave del pensamiento humano: en él se encuentra la dichosa corteza prefrontal. Cuando un sujeto experimental resuelve un problema difícil, sometido a todo el cableado necesario para registrar la actividad cerebral, entre un cinco y un doce por ciento de ésta aparece iluminado en nuestras pantallas. En aquellos sujetos previamente entrenados, hasta un quince por ciento de la superficie puede llegar a emitir actividad registrable. Pero, amigos míos, decir que un diez por ciento de nuestra corteza está actuando es –el profesor se calla, mira hacia el público y decide poner un ejemplo-. A ver, usted ¿qué porcentaje de la Tierra está habitado por personas? –señala con el puntero láser a un estudiante de la cuarta fila, del laboratorio del profesor González.

 

–No sé, doctor… ¿Cómo el setenta por ciento?

 

–Grandísimas ciudades flotantes sobre el Pacífico y en el Ártico –responde el doctor Loman–. ¿Alguien con menos imaginación o que piense un poco más antes de responder? –todos guardan silencio–. A ver, Irma. ¿Cuánto?

 

–Contando los nueve mil millones de habitantes y la superficie emergida… en torno al veinte por ciento de la Tierra, supongo.

 

–Algo menos, el diez, según los últimos datos geográficos. Si los humanos fueran las neuronas del córtex prefrontal, la actividad humana sería el pensamiento. Si alguien registrara la actividad humana, diría que el diez por ciento de nuestro planeta está iluminado. Pero, ¿qué superficie ocupa un humano? ¿Quinientos centímetros cuadrados? Si un diez por ciento de la superficie terrestre son cincuenta y un millones de kilómetros cuadrados, y cada persona ocupa cinco por diez a la menos ocho kilómetros cuadrados… ¿cuántas personas serían realmente necesarias para que el diez por ciento de la superficie terrestre fuera “realmente activa”? A ver, nuestros amigos matemáticos de la tercera fila.

 

–¡En torno a mil billones de personas! –grita un alumno de segundo año con la calculadora en la mano. Después duda y habla un poco para sí, avergonzado–. Es demasiada gente, algo debo haber hecho mal.

 

–No lo dudo, pero me sirve como ejemplo –responde el doctor, irónicamente–. Si el diez por ciento de la Tierra estuviera cubierto de personas, tendría que haber muchísimas más personas. La mayor parte de ese diez por ciento sería: espacio entre personas y personas inactivas. Sólo estarían registrando una especie de amplificación de las personas activas. El reflejo de su acción sería ese diez por ciento que consideramos habitado. Y sólo estamos hablando del diez por ciento: el pensamiento consciente. Si el funcionamiento del cerebro en el pensamiento fuera sólo la acción de esas personas activas, lo que obtendríamos sería una serie de registros que nos darían finalmente un pensamiento predecible. A esta hipótesis –hace hincapié en la palabra– la denominamos la red aditiva. La acción sumada de todos los activos daría la apariencia de una acción conjunta que sería la concreción consciente. La red aditiva es una esperanza científica simplista, que nos dice que con el tiempo y la realización de numerosos experimentos idénticos podremos llegar a predecir el pensamiento consciente de una persona.

 

El doctor González se levanta de su asiento y se dirige a la salida. El doctor Loman lo observa con sonrisa de satisfacción mal disimulada.

 

–Después de esta interrupción, continuemos –pasa de diapositiva y aparece un número en la pantalla. El número de ceros después de la coma es tan enorme que ninguno de los presentes se para a contarlos–. Frente a esta red aditiva, tenemos la Teoría de la red emergente, en la que tanto activos como inactivos, como la interacción entre ellos, como la distancia de la interacción… Cuentan a la hora de desarrollar un pensamiento. Basándonos en esta teoría, en mi laboratorio desarrollamos muchísimos experimentos, dieciséis de los cuáles han sido publicados en revistas como Nature, Science y Neuron tan sólo en el último año. Pero, colegas, no quiero utilizar esta conferencia de clausura para el autobombo, de eso ya se encarga mi currículum –risas tímidas en algunos puntos de la sala–. La cifra que ven en la pantalla es el volumen de nuestra corteza prefrontal que realmente interviene en el desarrollo de cada uno de nuestros pensamientos conscientes. Ya que lo importante son las interacciones, no deberíamos sorprendernos por este número tan pequeño. Es como si dijéramos que los genes de nuestro ADN se construyen con sólo cuatro bases nitrogenadas ¡qué desproporción!

 

–¡Doctor! –interrumpe una estudiante de la cuarta fila–. Nuestro ADN está compuesto por sólo cuatro bases nitrogenadas…

 

–Señorita, para calcular el número de neuronas necesarias para la ironía debe multiplicar la cifra que está en la pantalla por dos: necesita un pensamiento emisor y un pensamiento en el receptor –contesta el profesor–. Bien, si al volumen total que poseemos en la corteza prefrontal le restamos el volumen necesario para llevar a cabo un pensamiento, o los que sea capaz de realizar una persona en un momento preciso, prácticamente poseemos un cien por cien de nuestro cerebro frontal absolutamente liberado.

 

–Doctor, por favor, le quedan sólo diez minutos para que se cumpla el tiempo –comenta Irma para darle cuenta del tiempo restante.

 

–Creo que, aunque no me dé tiempo a completarla se marcharán satisfechos –ríe el doctor–. Igualmente, trataré de ser más conciso y les daré ya el dato importante. El dato por el que he estado molestando a todo el mundo y por el que he forzado al doctor González a abandonar la sala –Irma y algunos otros miembros del grupo de trabajo se ríen–. En nuestro laboratorio, en uno de nuestros registros más rutinarios, obtuvimos lo que consideramos un fallo en la máquina. Habría pasado completamente desapercibido si no hubiera sido porque, en ese momento, el sujeto sobre el que estábamos tomando las medidas dijo “esto ya lo he vivido”. Dos segundos antes, tres partes inactivas del córtex prefrontal, relacionadas con la memoria, se habían iluminado instantáneamente. El sujeto había sufrido lo que comúnmente denominamos “deja vú”. Obviamente, en nuestro registro sólo habíamos obtenido la segunda parte del deja vú, la apariencia de recuerdo. Nos habíamos perdido la parte más interesante: cómo se genera lo que recordamos en el deja vú. En nuestro grupo hipotetizamos que el deja vu es una capacidad de nuestra corteza prefrontal, cuando por un instante la activamos completamente. En ese instante, nuestro cerebro introduce toda la información de la que dispone en ese momento y elabora una predicción de un momento puntual en el futuro. Confirmamos esta hipótesis, hasta que se demuestre lo contrario, y enviamos el manuscrito a Nature, que publicará el artículo en los próximos días. El editor, aquí presente, puede confirmarlo.

 

–Lo que dice es cierto –afirma el editor.

 

–Gracias –responde el doctor con una leve inclinación de cabeza–. Pero aún así, seguimos en la introducción. El experimento que queríamos llevar a cabo era la generación de predicciones sobre momentos futuros, que fuéramos capaces de inducir a nuestro antojo. Usando un flash eléctrico, que os podrán explicar mejor los biofísicos del grupo, activamos una cascada de reacción en la región de la memoria. Al realizarse esto en un momento puntual, en el que la información de que dispongan todos los individuos sea muy semejante, se podrían encontrar predicciones similares que confirmaran, además, que el futuro está determinado –el doctor mira a Irma, que le confirma con la cabeza–.  Sin embargo…

 

–Esto ya me lo sé –espeta un chico desde la cuarta fila–. Ahora nos va a dejar con las ganas de saber los resultados el experimento porque se le acaba el tiempo.

 

–Se ha alargado demasiado con la introducción y ya no tiene tiempo para hablarnos de lo que han obtenido –se une un caballero con un bigote imponente.

 

–Lo siento, pero ambos están en lo cierto –responde el doctor­­ que ha aprovechado para cerrar su portátil–. Espero que lo entiendan y asistan a mi próxima conferencia –se dirige hacia la puerta de salida, pero justo antes de salir se gira-. Sé que muchos lo harán.

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PAMPs (Patrones Moleculares Asociados a Patógenos)

17 martes Dic 2013

Posted by Khajine in Viñetas

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biólogo, Biología, Ciencia, inmunología, LPS, neutrófilo, PAMP


PAMPs (Patrones Moleculares Asociados a Patógenos.)Pido disculpas porque está ligeramente clavado en el tema de la Inmunología… Sólo apto para Biólogos y sucedáneos.

Sólo para los no Biólogos:

Para facilitar la comprensión de la viñeta: los PAMP son moléculas que reconocen ciertas células de la defensa del cuerpo (como los neutrófilos, representados en la imagen como un policía descerebrado ya que estas células son un poco «cafres»). Entre otras moléculas, el LPS de la membrana de las bacterias es uno de los más comunes…

 

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Feminismo batesiano

11 lunes Jun 2012

Posted by Khajine in Viñetas

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absurdo, Biología, Feminismo


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