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Sjisma, el duodécimo. Tres hermanos para un reino

27 lunes May 2019

Posted by Khajine in Cuentos por capítulos

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Arena, Ácelg, Éndivio, Balgan, Duodécimo, fantasía, fantasía mediaval, hijo, Kogoll, Marea, Sjisma


Sjisma, el duodécimo. Parte I

https://khajinecia.wordpress.com/2015/01/21/sjisma-el-duodecimo-capitulo-1-un-encapuchado-para-una-mision/

Sjisma, el duodécimo. Parte II

https://khajinecia.wordpress.com/2015/02/09/sjisma-el-duodecimo-dos-hermanos-para-una-profecia/

 

Capítulo 3. Tres hermanos para un reino.

–Arena –golpearon la puerta con mucha violencia–. ¡Arena! Por favor, ábrenos.

–Voy, voy –respondió desde detrás de la puerta. Desde la visita de Balgan siempre atrancaba la puerta por miedo a las represalias que, sabía, llegarían en algún momento.

Ya había enviado lejos a todos los hijos que no estaban casados salvo a Kogoll, el décimo hijo. Era una ayuda indispensable en las tareas del campo y, además, era lo suficientemente rápido y astuto para escabullirse de los soldados que vinieran a matarla. Pero esta visita no era de soldados, el asunto parecía tener urgencia de otro carácter.

–Arena, por los cuatro Cardinales, ¡es Marea!

Apartó la tranca y abrió la puerta de par en par.

–A ver, ¿qué pasa?

–Se está muriendo –respondió el hombre, desesperado.

–¿Dónde está?

–En el carro, ven.

Como bien había dicho su esposo, la joven de veinte años se encontraba tumbada sobre un montón de paja en la parte trasera de un carro de bueyes. Se retorcía de dolor y se llevaba la mano al vientre, que estaba un poco abultado.

–Es el niño, quiere llevarme con él, madre –lloriqueó Marea.

–Ayúdame a meterla en casa –dijo Arena, refiriéndose a su yerno.

El hombre tomó a Marea en sus brazos con sumo cuidado y la introdujo en la casa, tumbándola sobre una esterilla en mitad de la sala principal. Arena se arrodilló junto a ella y comenzó a palparle el vientre. Primero sobre los ovarios y posteriormente fue recorriendo toda la zona del bajo vientre por toda la zona superior de la vagina. Finalmente, encontró encima de la matriz el foco del dolor.

–Es un aborto. El niño nacerá muerto y se llevará a Marea con él si no hacemos algo.

–¿Hay algo que podamos hacer?

–Lo hay. Conozco una tisana que ayudará a expulsar el embrión sin causar más daño a la madre. Tengo todo lo necesario en casa salvo el láudano.

–¿Esa hierba no está prohibida?

–¿Quieres que se muera? Ve a conseguirla. La anciana Ajur te dará lo que necesites, dile que te envío yo.

El hombre, aunque medroso, fue eficiente y al rato apareció con tintura de láudano.

–Sólo la tenía así –se excusó.

–Así es como la necesito –todos en el pueblo sabían que la vieja provocaba abortos y la operación que iba a realizar Arena era muy similar.

–¿Cuántas veces has hecho esto?

–He tenido tres abortos naturales. Ajur me salvó del primero, los otros dos yo ya sabía cómo curármelos. ¡Kogoll! Tráeme trapos calientes para tu hermana.

Sjism

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El choque con la realidad

15 sábado Jul 2017

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existenciallismo, hijo, humor negro, importar un rábano, mafia, parábola, rábano, secuestro


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Publicado por Khajine | Filed under Viñetas

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Sjisma, el duodécimo. Dos hermanos para una profecía

09 lunes Feb 2015

Posted by Khajine in Cuentos cortos

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Arena, Ácelg, Éndivio, Balgan, Duodécimo, fantasía, fantasía mediaval, hijo, Sjisma


Sjisma, el duodécimo. Un encapuchado para una misión.

Sjisma, el duodécimo. Dos hermanos para una profecía.

–Caminad.

Éndivion podía seguir el paso de Balgan sin dificultad. Tenía poco más de diez años pero tenía el tamaño de un hombre. Sus piernas eran muy poderosas y cargaba sin dificultad con dos fardos de equipaje. Había heredado el físico de su padre. Tenía su mismo pelo rubio, sus ojos azules y una anacrónica mandíbula cuadrada. No le pasaba lo mismo a su hermano Ácelg. Hacía rato que el resuello no le era suficiente y sus piernas le dolían y temblaban. Durante su infancia había encadenado una enfermedad tras otra y esto no le había permitido desarrollarse correctamente. Éndivion cargaba todos sus bultos pero eso era insuficiente. No tardó en quebrarse y cayó al suelo. Balgan se acercó y le palpó el cuello. Su pulso era acelerado y débil y tenía la boca completamente seca; apenas podía abrir los ojos. Balgan decidió cargarlo hasta llegar al torreón de Hart.

Ácelg recuperó la consciencia en los hombros de Balgan, pero el encapuchado no lo bajó al suelo para no decelerar la marcha. Desde ahí arriba, tomó valor y le comentó a su montura lo que había escuchado en la casa.

–Balgan… ¿puedo preguntarle algo?

–Que sea fácil –respondió el caballero.

–¿A qué se referían usted y mi madre cuando hablaban de algo imperdonable que había hecho?

Balgan calló durante un rato. La respuesta podía hacer que los dos pequeños se pusieran violentos y hacer que el viaje al torreón fuera más complicado. Lo sopesó por un largo rato y decidió no contestar. Enfrascado en mantener su silencio, aceleró su paso tanto que Éndivion no pudo mantener el paso y quedó alejado.

–¿Es por mi padre?

–Sí –respondió instintivamente–, ¿cómo lo sabías?

–Bueno, no estaba seguro pero madre sólo se pone tan hostil cuando se acuerda de él. Y dijeron que llevaban diez años sin veros.

–Yo fui quien le quitó la vida a tu padre.

–Ah. Está bien.

–No pareces molesto –se sorprendió.

–De eso hace diez años. Si mi padre hubiera seguido vivo probablemente yo estaría muerto. Además, ¿qué obtendría de enfadarme? Usted es más grande que yo, y mi hermano le atacaría sin pensárselo… Probablemente, ambos acabaríamos muertos.

–Tiene sentido –afirmó.

–¿Por qué lo mató?

–Es algo complicado… –rezongó Balgan pero Ácelg no le dio la oportunidad de evitar responder.

–Lo comprenderé.

–De una forma simple, tu padre y yo defendíamos dos causas opuestas. Tu padre apoyaba al usurpador Jiofante y yo soy seguidor de Hart, que es el legítimo heredero al trono. Cuando tuve la oportunidad, le quité la vida.

–Eso sería demasiado simple. Vi cómo miraba a mi madre.

–Hablas demasiado. Aprende de tu hermano que camina en silencio con todo el equipaje sin abrir la boca.

–Mi hermano tiene diez años y no sabe nada de mujeres.

–¿Y tú sí?

–Sé que mi madre no es atractiva pero quizá lo fue en algún momento. Esta noche, tú seguías viendo ese momento.

–Cállate –gruñó de nuevo Balgan.

–He acertado, por lo que veo. Por lo que sé la historia podría ser que usted amaba a mi madre, mi madre se fue con mi padre y usted mató a mi padre. Sin embargo, en ese caso parece un poco absurdo que usted no matara a mi madre también o que matara a mi padre con antelación. Usted lo mató en ese momento preciso y de ese modo por alguna razón.

–¿No te enseñaron el significado de estar en silencio?

–He pasado demasiadas horas con mi madre ayudándola a tejer, encerrados en casa mientras mis hermanos mayores labraban el campo. Hablar es lo que mejor se me da. Podría hablar durante horas y horas –continuó poniéndole un tonito a la frase.

–De acuerdo. Responderé una última pregunta pero después te mantendrás callado el resto del camino. ¿Trato?

–¿Por qué mató a mi padre?

–¿Trato?

–Trato.

–Tu madre era una espía de Hart enviada para vigilar las acciones de tu padre, pero antes fue mi esposa –por primera vez, Ácelg se sorprendió–. Como súbditos leales, no pudimos negarnos al deseo de nuestro Señor y tuvimos que conjurar nuestros votos matrimoniales. Tu madre vigiló por veinte años al general Verde, transmitiéndonos todas sus maniobras. Arena era una amante prodigiosa y no le costó obtener la información. Pero cometió un error, se enamoró de él y para protegerle del devenir de la guerra sin tener que traicionar a Hart, lo convenció de que abandonara el ejército y se dedicara a labrar la tierra.

–Y ya no había razón para seguir espiándolo. Pero Hart no lo entendió así y ordenó la muerte de ambos.

–Justamente –se tomó dos segundos–. ¿Ahora callarás?

–¿Y no mató a mi madre porque…?

–La última pregunta, dije.

Ácelg calló y Éndivio consiguió alcanzarles. No dijo ni una palabra ni presentó ninguna queja por haber sido excluido de la conversación. Estaba muy excitado porque iba a entrar como escudero a la orden del legítimo rey. El trayecto duró casi una semana y tomaron los caminos más ingratos, pero no tuvieron ningún contratiempo real. Tan pronto como llegaron al torreón de Hart, Balgan se presentó con los duodécimos hijos.

A Hart no le convenció que Balgan trajera dos niños para cubrir la profecía. Consideraba que ese tipo de decisiones no le correspondían a él y que le distraían de lo esencial de su rebelión. Cuando llegara el mago de la Torre Roja él sería el encargado de elegir.

–De momento, ambos seréis tratados con todos los privilegios. Cuando Akou vuelva de su peregrinación escucharemos su consejo. Ahora, idos a vuestros aposentos. Balgan, acompáñalos y después regresa aquí –el rey torció su gesto y lanzó al encapuchado una mirada gélida–.Tenemos un tema que tratar.

Ácelg y Éndivio fueron llevados a la habitación con celeridad. Balgan sabía que el tono del rey dejaba poco espacio a la especulación. Sólo la impertinente voz de Ácelg le sacó de su estado de concentración.

–¿Quién es Akou?

–Un mago de la Torre Roja.

–Un mago es un hechicero, ¿verdad? –Ácelg no le dio tiempo a Balgan a contestar y continuó preguntando–. ¿Qué es la Torre Roja?

–Los magos son mucho más que hechiceros. Ellos comprenden los conjuros.

–¿Y los hechiceros?

–La magia fluye por ellos pero no saben controlarla. Son simples aficionados que apenas manejan sus poderes innatos.

–¿Y qué es la Torre Roja? –repitió el niño.

–Las torres de magos de Filn Gisault son los lugares donde los hechiceros aprenden a controlar la magia. La torre Roja es famosa por sus magos videntes. Realizan premoniciones y son afamados consejeros en todo reino que los pueda pagar.

–Esta fortaleza no parece muy opulenta, ¿el Señor Hart puede pagarlo?

–Akou es adepto a la causa de Hart. Ese bárbaro se asentó bajo la protección de nuestro señor y si, finalmente, Hart accede al trono, se beneficiará largamente de su servicio.

–Creo que ese tal Akou puede ser alguien muy interesante.

–Acéptame un último consejo, Ácelg, cuídate de los magos. Son tan poderosos como ladinos.

Ácelg no se amedrentó con la frase lapidaria de Balgan, todo lo contrario. Sonrió con suficiencia pensando que por fin había encontrado algo interesante por lo que servir a Hart.

Éndivio entró en su habitación y quedó sorprendido por cuanto le rodeaba. Dejó caer su pesado fardo y se puso a correr por la habitación que compartiría con su hermano hasta que ambos fueran declarados adultos por las leyes del reino. Ácelg fue directamente a la cama a descansar del largo viaje.

–Akou dijo que Arena es la madre de esos niños… ¿es aquella Arena? –el tono de la pregunta no permitía esquivarla.

–Me temo que sí, mi señor. Cuando me encomendó la misión y Akou me dio los detalles, comencé a sospecharlo.

–Espero que tengas una buena explicación de por qué sigue viva –concluyó, dejándose resbalar por el trono.

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Sjisma, El duodécimo. Capítulo 1. Un encapuchado para una misión

21 miércoles Ene 2015

Posted by Khajine in Cuentos cortos

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Arena, Ácelg, Éndivio, Balgan, Duodécimo, encapuchado, fantasía, fantasía medieval, hijo, Sjisma


Capítulo 1. Un encapuchado para una misión.

Un violento viento hizo que todos aseguraran las ventanas y, por ello, ninguna luz llegaba a la avenida principal del poblado. La puerta del muro exterior estaba cerrada pero la traba no estaba corrida, así que cualquiera que tuviera la osadía de empujarla podría acceder. El guardián de la aldea la había dejado así adrede, pues sabía que algunos campesinos tenían sus tierras tan lejos que en invierno el Sol se ponía antes de que regresaran a sus hogares. Así, él podría, mientras tanto, resguardarse en la taberna de aquellas terribles ráfagas. De todas formas, no temía que aquella noche fuera diferente a las demás y supuso, errado, que ningún extraño llegaría ese día. Sin embargo, en algo había acertado, no había nada que temer.

El encapuchado tenía muy claro por qué había llegado hasta allí y no quería turbar la tranquilidad de los aldeanos. Atravesó la puerta con sigilo y nadie se percató de su presencia. Caminó por las calles hasta alcanzar la casa más pobre. Sabía que allí dentro vivía la viuda con trece hijos que buscaba; él mismo se había encargado de hacerla enviudar diez años antes. Pero, en esos diez años, no la había vuelto a ver y se detuvo antes de cruzar el umbral. Toda su resolución se esfumó en ese instante y contuvo el aliento, pero la duda duró un momento tan solo. El vaho que salía de debajo de su capucha volvió a fluir, llamó dos veces con su puño y abrió la puerta sin esperar que abrieran. Dentro le esperaba ella, sentada en un basto taburete de madera.

–Al fin has vuelto –dijo sin inmutarse.

–Arena… –contestó retirándose la capucha y tomando un taburete para sentarse frente a ella.

–Balgan.

–Ha pasado mucho tiempo.

–Diez años no son suficientes para que me olvide de lo que hiciste.

–Sabes por qué lo hice.

–Sabes que no me importa –respondió altiva.

Arena había sido una mujer muy hermosa y había envejecido inconsciente de que hacía tiempo que había perdido ese poder que tenía sobre los hombres. A sus cincuenta y cinco años, y tras parir y criar más de una docena de hijos, su cuerpo se desbordaba inmisericorde. Balgan todavía sentía algo de ese hechizo, vigente en su memoria, sin embargo, su misión importaba más que el palpitar de su pecho. Sacó el coraje que le había ayudado a cruzar la puerta.

–He venido por uno de tus hijos.

–¿Crees que te lo llevarás así, sin más? –cuestionó Arena.

–Son órdenes de Hart. No me iré sin él y tú deseas que me vaya tanto como yo deseo irme de aquí –extendió un escrito que llevaba oculto en un bolsillo de la capa.

–Parece que está en orden –pensó en voz alta. Impertérrita, preguntó–. ¿Cuál?

–El décimo segundo hijo.

–Es un niño enfermo, Balgan, ¿por qué Hart querría un niño incapaz de alzar un arma?

–No quiere un niño incapaz de portar un arma. Está buscando su futuro heredero y un mago de la Torre Roja vaticinó que sería el décimo segundo hijo de Arena de Guircuz.

–¿Pagará por él?

–No volveréis a pasar penurias –lanzó una bolsa de monedas de oro sobre la mesa.

Arena permaneció casi un minuto mirándole fijamente, hasta que Balgan apartó la vista. Si algo quedaba bello en Arena eran sus ojos. Dos estrellas violetas capaces de aturdir la mente del encapuchado. Respiró hondamente y después llamó a su hijo.

–¡Ácelg! –gritó sin moverse de su asiento–. Ácelg, ven aquí inmediatamente.

El niño vino lo más aprisa que pudo y, aun así, la espera se hizo insoportable. Debía tener trece años, calculó Balgan haciendo un esfuerzo memorístico. Por ello se sorprendió tanto al ver aquel alfeñique acercarse con el paso cansado. No aparentaba más de ocho, y mal crecidos. Parecía que su madre lo había nombrado con malicia pues, verdaderamente, le recordaba a una acelga gris.

–Ácelg, éste es Balgan. Es un caballero. Te irás con él esta noche.

El niño desorbitó unos ojos que ya parecían querer escapársele de la cara pero no dijo nada.

–Ve a tu habitación y recoge tus cosas.

–¿Es el duodécimo hijo?

–Sí.

Balgan había salido del embrujo de Arena pero era incapaz de razonar. Si se presentaba con aquel elemento en la corte de Hart le considerarían, como mínimo, idiota. Podían llegar a considerarlo un traidor. Se levantó del taburete y comenzó a dar vueltas por la pequeña estancia. Arena lo miraba divertida.

–¿No hay otro?

–Sólo uno puede ser el hijo doce, Balgan. Es éste. Lo tomas y te largas o lo dejas… y te largas.

–¿Por qué no lo matasteis al nacer? Estabais en vuestro derecho.

–Sólo el padre decide sobre la vida del niño y no puede hacerlo si pasa media vida fuera del hogar.

Balgan gruñó y siguió caminado con nerviosismo. Tenía que tomar una decisión rápida y la presencia de Arena no le dejaba razonar con claridad.

–¿Cuántos hijos tienes, Arena?

–Trece.

–¿Todos varones?

–Trece en total. Doce hijos y una hija, ¿no te gusta mi Ácelg?

Balgan ignoró su retintín.

–Entonces Ácelg es el varón número…

–Es el undécimo hijo varón. Marea es la tercera.

Una chispa de esperanza se encendió en los ojos de Balgan. Arena se percató.

–Será cuatro veces lo acordado.

–El triple, y al tullido también me lo llevo.

–¡Éndivio!

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La paradoja de la sobrecualificación sentimental

24 jueves Ene 2013

Posted by Khajine in Poesía, Viñetas

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Etiquetas

amante, amigo, amor, consejero, hijo, humor, necesidades, padre, sobrecualificación, trabajar


Trabajar toda la vida

para ser el perfecto amante

para ser el perfecto psicólogo,

amigo, consejero, hijo, padre.

Para cubrir sus caprichos

sin obviar necesidades,

para botar mi velero

y navegarle los mares.

Para beberla en su salsa,

para apaciguar los males.

¡En todo ello obtuve un diez!

Estoy en la puta calle.

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