Volví buscando una última oportunidad de serte fiel,
de agradecerte
y de besar tu cuerpo.
Volví olvidando cuanto prometiste y no cumpliste,
con el corazón y los ojos vendados,
inocentes.
Volví obviando que ya podías ser de alguien,
o de otro,
o de muchos.
Volví olvidando que he vivido sin ti,
y tú sin mí,
y no nos hemos hecho falta.
Pero volví, y volví con esperanza de ser tan tuyo como antes
y de que tú fueras tan mía.
Volví anhelando el aliento y vaho de tus mañanas
y el calor con que enfriabas cada noche.
Volví
y no pensé en que, si volvía, habríamos pasado mil noches solos del otro.
Volví
y no pude imaginar no estremecerme
si en cada minuto no se negaba tu ausencia.
Por eso, volví.
Pero volví y tú nunca apareciste.
Apareció de ti sólo una sombra,
un humo de huellas frente a mí que me atizaban.
Tu ausencia fue patente en cada gesto y
agitó el hambre que de ti me consumía.
Volví y, continuamente, me afirmaste
que seguías siendo igual que en mi partida.
Con luces tan brillantes que cegaban
y ocultaban tu camino ante mis vista.
Volví pensando en entregarme entre estos versos,
pero un pálpito pasado repetía
que la realidad no tiene sitio en el recuerdo,
que sólo en sueños de locura aún eres mía.
Y a tu sombra no le debo ni un mal beso.
A tus huellas no le sigo yo los pasos.
A tu ausencia no le adeudo ni estos versos.
¡Creyendo que soy tan tuyo y tú tan mía!,
pero de ti, Madrid, queda en mí sólo un retazo.